jueves, 23 de diciembre de 2010

Extractos de Viajes con Heródoto, de Ryszard Kapuscinski

Antes de que prosiga su viaje –escalando senderos escaprados, surcando el mar a bordo de un barco, cabalgando por las estepas de Asia-, antes de que llegue a la morada de los desconfiados escitas, descubra las maravillas de Babilonia y sondee los misterioes del Nilo, antes de que ocozca cien nuevos lugares y vea mil cosas incompresnsibles, Heródoto aparecerá fugazmente en una clase mgistral que la catedrático Biezunska-Malowist pronuncia dos veces por semana antes los estudiantes del primer curso de historia en la Universidad de Varsocvia




Desaparecerá en un segundo y tan definitivamente, que ahora, cuando pasados muchos años reivso mis apuntes de aquellas clases, ni siquiera encuentro en ellos su nombre.



Al notarme incapaz de pegar ojo, sqqué de la bolsa el libro que Tarlowska me había regalado para el viaje. El ejemplar de la hIstoria de Heródoto era un volumen mjy grueso, con cientos de páginas. Los libros así tienen un aspecto tentador;m son como una invitación a una mesa llena de manjares.



Pasó la noche y se levantó el día. Con los ojos pegados a la ventanilla, por primera vez veía un espacio tan vasto de nuestro planeta. Una visión así puede inspirar pensamientos sobre la infinitud del mudno.



Más aún: descubri una relación entre tenern nombre y existir, pues cada vez que volvía al hotel me daba cuenta de que en la ciudad había visto tan sóo aquello que sabía nombrar, por ejemplo recordaba una acacia poero no el árbol que crecía junto a ella, porque desconocía su nobmre. En una palabra, compmrendí que cuanto más vocabulario atesorase, más pronto –y más rico en su inabarcable diversidad- se abriría ante mí el mundo.



Vi la escena siguiente: una anciana saca de un pliegue de su sari un puñadito de arroz. Lo vierte en un cuenco. Empieza a mirar en derredor suyo, a lo mejor en busca de agua o tal vez de fuego, para hervir aquella exigua cantidad. En el cuenco clavan sus miradsas unos niños que están paiñados alrededor. De pie, sin mover un músculo y sin decir palabra, permanecen con la vista fija en el arroz durante un rato. El rato se rolonga. Los niños no se abalanzan sobre el arroz, éste es poiedad de la anciana; tienen inculcado algo, algo más fuerte qe el hambre.



Tenía yo entonces diez años y el que nadie me quisiese comprar aquellas dichosas pastillas de jabón me hizo verter la mitad de las lágrimas d etoda mi vida. En todo un día de ir d e casa en cas a no vendía ningua o, como mucho, una. En una ocasión logré vender tres y regfresé a casa radieatne de felicidad.



Pasados los años, cuando vi que en la >India millones de personas iban descalzas, afloró en mí un sentimiento de comunión, de hermandad con aquellas gentes, y a veces incluso me embargaba ese estado de ánimo que se experimenta cuando seregresa al hogar de la infancia.



El profsor Deussen, gran indólogo alemán y amigo de Nietzsche, se´gun lei´, explica el meollo de la filosofía d elos hindúes de la siguiente manera;” El mundo no es sino maya, una ilusión –esxribe-. Todo es ilusorio, con una única expcepción: mi propio yo, mi atman… al vivir, el hobmre siente que es todas las personas y todas las cosas, aí que no puede anhelar nada pues tiene todo lo que es posible tener, y al sentirse todo, no puede hacer daño a nadie ni a nada pues nadie hace daño a uno mismo.”



¿Cómo es el pequeño Heródoto?

¿Sonríe a todo el mundo y alarga de buen grado su manita para estrechar otras manos o, por el contrario, se muestra receloso y se oculta tras las faldas de su madre? ¿Acaso es un llorica y un gru´ñón impenitente, hasta el punto de que su madre,cansada, llea a exclamar, a veces, mjientras exhala un dolido suspiro:”¡Dioses!, ¿para qué parí a este niño?”. ¿Es un niño obediente y bueno?, o tal vez agota a todo el mundo con sus preguntas: “¿Cómo es que exsites el sol?¿Por qué está tan alto que no se puede alcanzar?¿Y por qué se esconde en el mar?¿No tiene miedo de ahogarse?



También me daba cuenta de que un reportero polaco no era más que una mota de polvo frente a esa inmensidad que respondía al nomber de China y de que mi persona y mi trabajo no significaban nada ante las ingentes tareas a las que se enfrentaban todos.



Y si partimos del supuesto de que los chinos levantaron urallas ininterrumpidamente durante cientos e incluso miles de años, si tomamos en consideración el-siempre alto-número de aquéllos, su entrega y disposición al sacrificio, su disciplina ejemplar y su laboriosidad de hormigas, obtendremos un saldo de cientos de millones de horas gastadas en construir murallea, horas que en un país pobre se habrian podido emlear en cosas tan útiles como aprender a leer y aprender un oficio, en cultivar nuevos campos y criar un hermoso ganado.



Tal cosa resultaba una quimera, pues la primera reacción ante cualquier amago de problema era otra bien distinta: levantar una muralla. Encerrarse, separarse. Pues todo ,lo que llegaba del exterior, desde allí, no podía ser otra cosa que un peligro, el anuncio de una desgracia, un augurio del mal, vaya, la mismísima encarnación del mal.



Confucio dice que la persona nace en el seno de una socidad, luego tiene una serie de obligacions. Las más importantes son; cumplir las órdenes del poder y obedecer a los padres. Y también : respetar a los antepasados y a la tradición.

Si quieres sobrevivir, conviértete en alguien inútil, innecesario. ÇInstálate lejos de la gente, sé un ermitaño interior, conténtate con un cuenco de arroz y un sorbo de agua. Y lo más importante: observa el tao. (…) Tao significa camino, y observar el tao consiste en no abandonar ese camino, en seguirlo a donde lleve.



Cuando paseo junto con el compañero Li por las calles de Shanghai y a cada momento me cruzo con un chino, me pregunto si es éste confuciano, taoísta o budista, o sea, si pertenece a la escuela –denominada en chino- Ju, Tao o Fo.



A mí en cambio también me atraía aquello que se encontraba más allá de esos mundos: me tentaban neuvas personas, nuevos caminos, nuevos cielos. El deseo de cruzar la frontera, de escudriñar lo que se encontraba más allá de ésta, seguía vivo en mi interior.



Todos sabemos poco sobretodos las cosas, pero yo desconocía por completo la parte de l mundo que me habían asignado. Por eso me pasaba las noches documentándome sobre las guerrillas en la jungla de Birmania y Malaisia, sobre las rebeliones en Sumatra y Célebes o sobre la revuelta de la tribu moro en Filipinas. Otra vez el mundo se me revelaba como un tema inmenso que era imposible escrutar y abarcar. Tanto más cuanto que no disponía d emucho tiempo, pues el trabajo en la redacción me ocupaaba días enteros: a cada momento, procedentes de muchos países, llegaban despachos de prensa que se tenían que leer, traducir, abreviar, redactar y enviar a los periódicos y a la radio.



Heródoto empieza su libro con una frase en la que explica por qué y para qué lo había escrito:

Heródoto de Halicarnaso va a apresentar aquí frutos de sus investigaciones lelvadas a cabo para impedir que el tiempo borre la memoria d ela historia de la humanidad, ymenos que lleguen a desvanecerse las grandes y maravillosas hazañas, así d elso griegos como de lso bárbaros. Con este objeto refiere una infinidad de sucesos varios e interesantes, y expone con esmero las causas y motivaos de las gurras que se hicieron mutuamente los unos a los otros.



La gente se rúne alrededor del fuego para contar historias. Más tarde se llamarán mitos y leyendas, pero en el momento en que se cuentan y se escuchan, todo el mundo cree que son purísima verdad, la realidad más real.



Las opiniones pronunciadas por el oráculo y transmitidas a aquellos que las han pedido suelen caracterizarse por prudente ambivalencia y nebulosa turbiedad. Son textos compuesto sde tal manera que en caso de equivocación (y éstas se producían con bastante frecuencia) el oráculo pudiese hábilmente dar marcha atrás, escabullirse de todo el asunto conservando la cara.



¿Quién hay tan necio que prefiera sin motivo la guerra a las dulzuras de la paz? En ésta los hijos dan sepultura a sus padres, y en zquélla son los padres quienes la dan a sus hijos.



¿Cómo trabaja Heródoto?

Es un resportero nato: viaja, observa, habla con la gente, escucha sus relatos, para luego apuntar todo lo que ha aprendido o, sencillamentes, recordarlo.



Pues Heródoto no se contenta con lo que alguien le ha dicho, sino que intenta comprobarlo todo, contrastar las versiones oídas, formarse una opinón propia.



El libro era en aquel entonces una rareza; las inscripciones sore piedras y murallas, rareza y media.

Heródoto lo comprende, e igual que el reportero o el tenólogo, intenta mantener un contacto directo co sus protagonistas APRA no sólo escuchar lo que le cuentan sino tambien ver cómo lo cuentan y cuál es su comportamiento en esos momentos.



Heródoto edescubre algo más, a saber: la diversidad del tiempo o, mejor dicho, las muchas maneras de medirlo. En épocas pasadas los sencillos campesiones lo medían de acuerdo dcon als estaciones del año; los habitantes de las ciudades, con las generaciones; los cronistas de la Antigüedad, con la permanencia en el poder de las dinastías.



Parte de la respuesta la proporciona el propio camino. El movimeiento. El viaje. Así es: resultado de sus viajes, el libro de Heródoto es el primer gran reportaje de la literatura universal. Su autor está dotado de una intuición, una vista y un oíod e reportero. También es incansable.



Heródoto viaja con el fin de encontrar una respuesta a su pregunta de niño;¿cómo es que en el horizonte aparecen naves? ¿De dónde han salido?¿De qué puerto han zarpado? O sea que lo que vemos con nuestros propios ojos, ¿no es aún el límite del mundo?¿Hay otros mundos todavía?¿Cómo son? Cuando crezca, querrá conocerlo.s Aunque más vale que no crezca del todo, que conserve un poco de ese niño curioso que es, pues sólo los niños plantean preguntas importantes y de verdad uiern aprender.



La persona que deja de asombrarse está vacía por dentro; tiene el corazón quemado. En aquellos que lo consideran todo déjà vu y creen que no hay nada que pueda asombrarlos ha muerto lo más hermoso: la plenitud de la vida.

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