"El mito no requiere decisiones, no exige renuncias. Sigmund Freud interpretó [en Moisés y la religión monoteísta] la prohibición de imágenes del Antiguo Testamento como una enorme "represión del instinto" como punto de partida hacxia las gracndes abastracciones teológicas que van mucho más allá de una simple reducción del politeísmo al monoteísmo y que hallan su coronamiento en la historia tardía de la teología en la escolástica. 
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La tradición mitológica parece fundarse en la variación y en lo inagotable de su contenido inicial, susceptible de ser continuamente recreado y modificado hasta el extremo de volverse irreconocible, como las variaciones musicales.
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La tradición mitológica proporciona pruebas de la fantasía, parámetros para sus temeridades; remito a la obligada cita poética del viaje a los infiernos del héroe de la épica, incluida su variante fáustica del descenso a las madres. 
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No olvidemos quer la blasfemia es además un correlato del miedo a los poderes, una práctica mágica para, tal vez, descubrir su velada impotencia. Si Zeus era un viejo dios de la tormenta con atributos aterrorizantes, no podí existir una mayor libertad para salirse de una "dependencia absoluta" que contar de él aquellas hitorias que le hacían parecer más humano que cualquier hombre. Apolo, en su origen el "corruptor", se convirtió en un dios luminoso, francamente amable, y su madre Leto era, en su origen, una deidad de aquel espacio habitado por el terror, la noche. 
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Los principios absolutos hacen que nos quedemos literalmente mudos. 
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La gestación de los mitos empieza sólo con la "humanización de la idea de dios", o sea, tras haber superado los antiguos temores a los dioses terribles y zoomorfos.
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Sin el recuerdo de los terrores y su byugaciones que llegó a superar, no se entendería la libertad del mito en su especifidad: como placer de variación frente al poder de la repetición.
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una época que busca incesantemente afianzarse en la teoría.
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Como contraste con los esfuerzos de estos realismos, valga la frase de Kafka: "la verdadera realidad nunca es realista".
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[que yo sepa no hay ningún mortal que se pueda preciar de haber visto o inventado una figura más divina que la humana.]
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Leibniz argumenta de una manera apenas diferente a la de la mística del siglo XVI. Sólo fue capaz de oponer a la hipótesis de un engaño universal la posiblidad de resignarse a la consistencia de los fenómenos -aunque ésta sólo fuese la de un sueño- y no preocuparse de una posible ruptura de esta consistencia, lo cual supondría un fracaso de la conciencia de realidad.
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Si bien el mito se pregunta por el "Altísimo", no lo hace precisamente en el sentido filosófico de lo impensable.
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Fontenelle no tiene en cuenta que es precisamente esto lo que caracteriza al mito, a saber, que, al tratar de un inicio, hace olvidar el inicio, y que en ello no sólo reside una diferencia cuantitativa respecto de la filosofía, sino una disposición elemental a no dejarse llevar hacia el abismo de lo Absoluto.
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Habría que preguntarse por el potencial mitológico que subyace al cristianismo mismo.
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Lo divino desvela ser lo ancestralmente humano, se reconoce el mito como forma apócrifa de la historia. 
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La mitología, en su función de despotenciación de aquello que atemoriza "como reacción al pensamiento más aterrante y angustioso", es algo que también observó el etnólogo moderno (B.Malinowski) con la legitimidad del "investigador de campo": "[...] la idea de la muerte está cargada de terror, del deseo de ahuyentar su amenaza, de la vaga esperanza de poder, antes que explicarlo, más bien explicándolo alejarlo, convertirlo en irreal y negarlo sistemáticamente" (op. cit.,p. 192).
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Por supuesto que no se puede omitir que el movimiento circular posee una dignidad racional sólo en la medida en que retiene en su movimiento el ideal de reposo autárquico. 
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En mi opinión, la época moderna ya había dado entretanto con otra figura cuya insistencia demiúrgica convirtió el regreso definitivo en un arabesco, mientras que su fascinación consiste en convertir en partria propia uun mundo extraño e inóspito: Robison Crusoe. Exceptuando al Fausto, ninguna otra figura ha alcanzado la condición de pregnancia mítica y de incitación a una correspondencia receptiva. 
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Entendiendo la realidad como cosmos, desde su antítesis respecto del caos, la estable imporbabilidad de la forma esférica y de la órbita supone la máxima distancia respecto de la amenaza del caos.
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La alternativa a la repetición cósmica es únicamente el caos. 
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Lo ilimitado, como lo indetermindado, también sería lo decididamente impensable; por ende, Dios, en tanto que  su poder fuese ilimitado, no se podría siquiera pensar a sí mismo. El supremo atributo que le otorga la antigua metafísica, el ser pensamiento que se piensa a sí mismo se habría vuelto contradictorio.
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La armonización del ciclo mítico con la libertad relativa a la salvación de los sujetos individuales consiste en que, si bine en cada curso del mundo se adjudican los mismos "puestos" en el sistema desde el Ángel hasta Satán, su repartición, en cambio, es el resultado del juicio emitido sobre la época precedente.
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Catarsis significcaría superar los sentimientos arcaicos del temor a los dioses, así como la ofuscación provocada por ellos, pero también la compasión para con los culpables, sin culpa, de la mímesis como anámnesis. 
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Este acto de conclusión sigue siendo una categoría de la recepción del mito: tan sólo entregándolo todo, habrían sobrevivido sus poderes imaginarios. Entre éstos también se cuentan las atrevidas formas de la variación y de la vaga alusión, e incluso el blasfemo fortalicimiento con el que el mago ha intentado desde antiguo asegurarse la inactividad o la impotencia de los dioses. 
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Admitir la mitología, era, a un tiempo y ante todo, una señal de victoria segura. La cultura de la antigüedad, bajo la forma que la polémica cristiana de época cristiana de época había calificado de demoníaca, fue conducida, por así decir, como una cautiva en el desfile triunfal del a nueva era. La interpretación en sentido cristiano, la alegoresis, ya no era obligatoria. 
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"Was aber derselbingen Verstand seye davon gibt es unendlich viel disputirens" ("pero qué sea del entendimiento, de eso sí que cabría discutir eternamente")."
 
 
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